Son las monjas del convento de la Anunciación en Burdeos, que inventaron el Canelé en el siglo XVI. Ellas recogían en el puerto el trigo que caía de las bolsas rasgadas de las bodegas de los barcos del “Quai des Chartrons”. En los viñedos les regalaban las yemas de los huevos que no tenían utilidad en el proceso de filtrar y purificar el vino. En esa época, Burdeos recibía las mercancías de las islas lejanas como el ron y la vainilla de los cuales no dejamos de añadir un toque. Estos pequeños regalos fueron originalmente distribuidos a los peregrinos o se vendían con fines humanitarios. Se dice que se degustaron en la corte de Luis XII y fueron particularmente apreciados por su esposa Santa Juana de Francia, fundadora de la orden.
En 1790, las monjas fueron expulsadas de su convento, afortunadamente lograron transmitir la receta. La tradición continuó con la gente que fabricaba los Canelés en los muelles, poniendo directamente los moldes sobre las brasas. Sin embargo la moda de los Canelé fue casi olvidada en el levantamiento revolucionario, y ese pequeño postre perduró sólo en unas pocas mesas burguesas de Burdeos. No fue sino hasta el siglo 20 que la receta retomó fuerza y fue mejorado por los reposteros profesionales. Hoy el Canelé encuentra su lugar en las mejores pastelerías de Burdeos para convertirse en un símbolo de la ciudad. Ahora lo llamamos el "Canelé Bordelais” que se pronuncia “Canelé Bordelé”.